sábado, 28 de junio de 2014

Regalo.


Hace tiempo que no escribo, no hay que ser genio para darse cuenta de eso, sólo basta ver la fecha de la última entrada de este blog. La facultad, la falta de inspiración, el cansancio, las responsabilidades sociales y demás, han hecho que descuidara este pequeño santuario personal. Y ahora escribo, sin saber qué, sin tener ninguna historia pensada, simplemente por el mero hecho de escribir algo.

Porque escribir es una necesidad, una que está inmersa en el código genético de cada miembro de la humanidad. Desde los comienzos de nuestra raza, hemos utilizado la escritura, ya sea como burdos dibujos de caza en las paredes, como unos elaborados jeroglíficos o como el lenguaje que utilizamos hoy en día, aquella suma de trazos que llamamos letras, las cuales articuladas forman palabras y su conjunto, oraciones. Es innato, hemos heredado esta necesidad insaciable de expresarnos por el escrito vaya a saber de quién, si de los simios, de Dios o de algún otro eslabón que permanece oculto. 

Si bien no sé de quién hemos obtenido esto, tampoco me importa, ¿para qué preocuparse por ese tecnicismo? Sea por la naturaleza o por un ser divino, hemos sido bendecidos, nos han dado un regalo único e invaluable. No sé si a todos les pasará igual, si es propio de mí o si sólo un selecto grupo en verdad sentimos la gracia de este don. 

Siempre amé escribir, a tal punto que cuando era chica, me resultaba sorprendente que no todos compartieran mi opinión. Lo he hecho desde que tengo memoria, fascinada con la idea de poder plasmar de alguna manera la variedad de mundos y vidas que habitan dentro de mi cabeza. El papel es un soporte, una validez para darle existencia, para objetivarlos y mostrarle al resto que son tan reales como yo los imagino; pero principalmente para demostrármelo a mí misma. Innumerables fueron las veces que me he deleitado con ese placer de sentir que creo una vida, una persona con una historia, con emociones, ideales y luchas. 

Y mientras mis personajes viven su propia historia, yo continúo con la mía, con esa montaña rusa de emociones que me hace reír y llorar con una simple vuelta, con un punto aparte del párrafo. Y ahí es cuando las palabras exteriorizan lo que siento y pienso, aliviando así en ese descargo el peso con el que carga mi cuerpo y parece hundirse. Entonces comienzo a ascender y floto tranquila en un mar cristalino que refleja mi alma, que muestra lo más profundo de esta fachada de carne y hueso. 

¿Cómo no amar este regalo? ¿Cómo ignorar la satisfacción de estar inspirado y tener una idea rondando en tu mente todo el día esperando ansiosa a ser expresada en palabras? ¿Cómo olvidar las horas de distracción que te ofrece, que te aleja de tus preocupaciones diarias para adentrarte en ese mundo que has engendrado? ¿O de esa sensación de libertad, de sentir que estás volando mientras ves como la hoja en blanco se llena de palabras, de ideas que se plasman hermosamente en oraciones? Cuando lo pienso, imagino un lugar donde no hay más que un terreno árido y desértico.  Entonces, con cada palabra, el aparentemente inexistente cielo se ilumina de pequeños puntos resplandecientes y plateados, las oraciones van formando ríos que recorren el suelo muerto y de repente, en sus bordes, pequeñas motas de verde nacen de la tierra agrietada, alzándose lentamente y creciendo hasta alcanzar todo su esplendor, algunos se convierten en manzanos, otros en limoneros, varios en jazmines, otro grupo en zanahorias y así con cientos de especímenes que no terminaría de mencionar jamás. En cuestión de minutos, es difícil ver alguna mancha en el suelo que no sea verde. Unos peces saltan en los ríos y se escucha el ulular de los búhos en la rama de los árboles, acompañado por el agudo aullido de los lobos a lo lejos. Ya es imposible distinguir la extensión de ese paraíso, mucho más recordar la tierra muerta de la cual nació. 

En el primer momento en que conocí este regalo, que me topé con él y aprecié la belleza del proceso de la creación, lo amé al instante, como si fuera algo inevitable. Porque escribiendo, no simplemente creo vida, no sólo me siento mucho más viva... yo vivo.