lunes, 12 de agosto de 2013

Yo escritor.


Como todos los viernes, voy religiosamente a la cafetería "El Juramento" situada en la intersección de dos calles que nunca recuerdo sus nombres. Es un lugar pequeño pero acogedor, siempre recibiéndome con un intenso aroma a café, cigarrillos y el sonido de las hojas del diario al pasarse.

Viernes, 6:00 pm. Me siento en mi mesa de siempre, al lado de los grandes ventanales que me dan una buena vista del cruce de ambas calles sin nombre.  Desde allí puedo ver la incontable cantidad de personas que transitan a diario ignorando al espectador silencioso que presta su atención en ellas.

Dejo el bolso con los libros de la facultad y juego con una lapicera que siempre tengo a mano. El chico del café se acerca a mi, hoy se lo ve más cansado de lo normal, probablemente por una mala noche de sueño. Lo hace por obligación pero estoy segura que sabe perfectamente que voy a pedir un latte y dos medialunas. 

Cuando se va miro por la ventana. El día está nublado y ventoso y hay alerta de una fuerte tormenta a la noche. En los días con ambiente tan hostil como hoy los ancianos se refugian en sus casas al igual que las familias. Ahora en las calles solo caminan las personas que internamente ansían llegar a sus casas, los que envidian a quién descansa porque a diferencia de ellos no están en la obligación de salir por el trabajo o el estudio.

Un hombre de traje y corbata camina a pasos apresurados hablando por Nextel, lleva un maletín así que de seguro hace unos pocos minutos salió de la oficina. Por unos cortos segundos me gustaría estar a su lado y escuchar su conversación pero después me doy cuenta que si lo hiciera, de todas formas no lo entendería: jamás pude decodificar los misteriosos mensajes que suenan de los parlantes del Nextel.

Pronto me olvido de él porque se va lejos, se pierde entre el resto de la multitud. Es increíble lo rápido que las personas entran y salen de nuestra vida. En unas horas me olvidaré de él y quizás su rostro solo aparezca como un extra en algunos de mis sueños. En cuestión de segundos, sin siquiera saberlo él entró y se fue, como todas las personas que observo ahora. 

Entonces me percato de una chica con paraguas rojo parada en la esquina. Me di cuenta de ella porque lo abrió ni bien comenzó a lloviznar. También mira a las personas como si esperara encontrar a alguien especial. ¿A quién? Quizás espere a que el chico del café termine con su horario, puede que sean parejas y han pasado un tiempo sin verse. Él tiene ojeras, puede que ayer hayan discutido y ella quiera enmendar la situación.

O quizás él es el elegido para una importante misión, el hijo de una nueva raza mitológica que todos desean y él ni siquiera sepa de su verdadera naturaleza. Ella sería la encargada de buscarlo y llevarlo a su lugar antes de que el malo lo hiciera. Pero entonces, antes de que él incluso pudiera terminar su jornada de trabajo, el suelo se resquebrajaría como si se tratase de un terremoto, la gente chillaría desconcertada mientras numerosos monstruos amorfos y terribles saldrían a la superficie. 

Los veo perfectamente, sus dientes son filosos y sus ojos saltones, algunos tienen cuatro y otros seis patas. Se desplazan como si se trataran de arañas, moviendo cada extremidad de forma errática y ágil. Algunos, los más parecidos a lagartos, tienen lengua bífida y cola larga llena de escamas mientras que otros están a carne viva creando un recorrido carmesí con su andar.

La chica saca de entre sus ropas dos dagas y corre hacia la cafetería, éstas emiten una luz azulada que espanta a los monstruos que se le acercan pero algunos ya andan escalando el lugar. Uno de ellos se desplaza por los ventanales y posa sus ojos naranja de pupilas afiladas sobre mí. 

Escucho una voz lejana y finalmente espabilo. El chico del café me llama por tercera vez consecutiva, frunciendo el ceño mientras deja mi pedido sobre la mesa. 

<< (Pelotuda) ¿Quiere algo más? >> 

Niego con la cabeza y esbozo una sonrisa tímida a modo de disculpa, un gesto que ya está arraigado en mí por todas las veces que me he perdido en mis pensamientos mientras alguien me hablaba.  

Ese es mi yo escritor y me encanta que salga, que dance por los ríos de la imaginación, que vea a las personas e imagine cualquier historia. Así se expresa en mí pero todos lo tenemos, desde los grandes escritores, hasta los que narramos por mera afición e incluso está en aquellos quienes ni siquiera saben la diferencia entre ay, hay y ahí. Nuestro yo escritor aparece cuando pensamos en un futuro con alguien, cuando nos imaginamos trabajando de lo que queremos o soñamos en recorrer el mundo; está cuando imaginamos qué será de la vida de esa persona o cuando, como yo, mezclamos la ficción con la realidad. 

Todos lo tenemos, nos muestra nuestros sueños, deja fluir hasta las más locas de nuestras ideas, nos remonta al pasado y nos hace pensar sobre el futuro. En cierto modo, el que nos hace sentir libres y nos aleja de la realidad asfixiante por minutos, ese,  es nuestro yo escritor.

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