viernes, 16 de enero de 2015

Pesadilla.

El silencio lo es todo en aquel triste lugar. Es esa tranquilidad propia de la muerte, aquella caprichosa figura que siempre hacía estruendo con su presencia y dejaba un vacío tras su partida.
La habitación es pequeña y oscura, impregnada con el aroma acre e intenso del tabaco y el sudor. Su decoración austera consiste en paredes con pintura desconchada de color celeste, que en viejos tiempos había sido un tono bonito y relajante pero ahora está opaco y sucio, decorado por manchas de moho por aquí y por allá. Hay pocos muebles ubicados alrededor, una cama antigua con cabecera de hierro, un ropero al que le falta una puerta y un sencillo escritorio que se tambalea al más mínimo movimiento. Sobre la cama hay un bulto cubierto de mantas, coronado por una mata de despeinado cabello rubio.
Me apoyo sobre el alféizar de la ventana, fumando el doceavo cigarro de tabaco del día. Al igual que el resto del lugar, la vista del cuarto es deprimente: da a una calle solitaria y sucia, donde sólo hay vagabundos durmiendo en pequeños colchones raídos. Me gusta salir a la ventana y fumar, sentir el viento fresco y ver el cielo, tan negro como la tinta recubierto por puntos brillantes y distantes.Lo que me agrada es que es el mismo cielo para todos, seas rico o pobre, bueno o malvado. 
Escucho el crujir del colchón y el roce de las sábanas con la piel. Me giro justo para verla despertarse con un grito ahogado, confundida y agitada. Parpadea varios segundos y lágrimas solitarias recorren sus pálidas mejillas. 
- ¿Otra pesadilla? - pregunto.
Ella asiente en silencio.
- ¿Qué has soñado esta vez?
- Soñé que éramos felices - responde limpiándose las lágrimas con el borde de la sábana.
Doy otra calada al cigarro y niego con la cabeza.
- Eso no es una pesadilla.
Sus grandes y cristalinos ojos azules se posan sobre los míos. 
- Lo es - me contradice con seguridad -. ¿Y sabes la razón? Porque luego me he despertado. 

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